Luego de once años de carrera, egresa de la Escuela de Bellas Artes con un posgrado en Pintura y un apodo: “Martita”.
Escépticos ante la formación de su hija, sus padres Hans y Hanna le recomiendan perfeccionarse en Europa. Entonces Martita decide trasladarse a París, con el fin de enriquecer sus conocimientos y, luego, (cuando estos se hubieran enriquecido lo suficiente) dedicarse a la pintura.
Pero la experiencia parisina resulta tan satisfactoria que, al finalizar la cursada, Martita decide viajar a Helsinki, con el fin de enriquecer su conocimientos un cachito más.
Este mismo procedimiento se repite durante doce años, hasta que, conmovida con la obra de un artista sueco radicado en Nueva York, se instala (como era previsible) en Nueva York.
Durante una década permanece abocada a la búsqueda de aquel sueco, y finalmente lo encuentra; pero el hombre le comenta que ha abandonado la pintura: “Ahora lo mío es la instalación”, le dice en sueco, o quizás en inglés.
Debido a esta respuesta, Martita sufre una crisis y descubre que necesita conectarse con la cultura Zen y aprender la técnica milenaria de la acuarela. Viaja a Oriente y se convierte en discípula de un Gran Maestro japonés, que en dieciocho años no le enseña a pintar, aunque sí a levitar.
Concluida su formación, regresa a Buenos Aires, dispuesta a desarrollar una prolífica carrera; pero un cable de último momento nos informa que Martha Reichtag “Martita”, de 62 años, acaba de morir a causa de un paro cardíaco. Damos nuestras condolencias a sus padres Hans y Hanna.
FOTO: Martita, festejando su cumpleaños junto a destacados críticos de arte.
Escépticos ante la formación de su hija, sus padres Hans y Hanna le recomiendan perfeccionarse en Europa. Entonces Martita decide trasladarse a París, con el fin de enriquecer sus conocimientos y, luego, (cuando estos se hubieran enriquecido lo suficiente) dedicarse a la pintura.
Pero la experiencia parisina resulta tan satisfactoria que, al finalizar la cursada, Martita decide viajar a Helsinki, con el fin de enriquecer su conocimientos un cachito más.
Este mismo procedimiento se repite durante doce años, hasta que, conmovida con la obra de un artista sueco radicado en Nueva York, se instala (como era previsible) en Nueva York.
Durante una década permanece abocada a la búsqueda de aquel sueco, y finalmente lo encuentra; pero el hombre le comenta que ha abandonado la pintura: “Ahora lo mío es la instalación”, le dice en sueco, o quizás en inglés.
Debido a esta respuesta, Martita sufre una crisis y descubre que necesita conectarse con la cultura Zen y aprender la técnica milenaria de la acuarela. Viaja a Oriente y se convierte en discípula de un Gran Maestro japonés, que en dieciocho años no le enseña a pintar, aunque sí a levitar.
Concluida su formación, regresa a Buenos Aires, dispuesta a desarrollar una prolífica carrera; pero un cable de último momento nos informa que Martha Reichtag “Martita”, de 62 años, acaba de morir a causa de un paro cardíaco. Damos nuestras condolencias a sus padres Hans y Hanna.
FOTO: Martita, festejando su cumpleaños junto a destacados críticos de arte.