25.6.15

El mimo


El mimo
Texto y dibujo: Rodolfo Fucile

Siempre soné con pegarle a un mimo. Pero pegarle feo, con saña. Me imaginaba que yo iba paseando re pancho por una plaza y un mimo me empezaba a imitar y a hacer esas boludeces que hacen ellos. Entonces yo, tranca pero muy cortante, le decía “pará bobo, conmigo no jodás”, y como el tipo insistía yo lo recagaba a trompadas. Así me lo imaginaba, y eso que no soy un tipo violento, al contrario: cuando se arma quilombo más bien soy de separar y decir “está todo bien, flaco”. Pero con los mimos siempre tuve como un odio especial. Siempre los vi tan pelotudos… 

Con la mano en el corazón: ¿a quién le puede dar gracia un mimo? Aparte que andan ahí poniendo caritas y se mueven medio putitos, ¿no? Desde chico tuve la teoría de que para hacerte mimo tenías que ser un poco trolo, como los bailarines. El payaso es otra cosa, nada que ver. Igual que los que hacen esas huevadas en los semáforos. Son gente… no sé, más normal. Por ahí te encontrás uno de estos malabaristas que es medio sucio  o chorro, o algún payaso que cuenta chistes pelotudos, pero así y todo los veo más normales. En cambio al mimo siempre lo vi medio raro, como mala leche.

Cuestión que una tarde salgo más temprano del laburo y se me da por cruzar la plaza. Iba tranquilo, fumando y mirándole las tetas a una pendeja, y en eso veo que ella me mira y se ríe. Ya estaba por encararla cuando me doy cuenta que una vieja se tapa la boca, aguantando la carcajada. Enseguida escucho el murmullo que venía de atrás. Toda la plaza me miraba y se cagaba de risa. Entonces me doy vuelta y veo al pelotudo de un mimo que me está copiando los gestos. Hacía que fumaba y ponía cara de recio. ¡Uy! No te puedo explicar lo caliente que estaba yo. La gente empezó a arrimarse y quedé en el medio de una ronda. El mimo seguía zarpadísimo, bardeándome mal. Yo trataba de hacer lo que había pensado varias veces, o sea, ponerle los puntos pero tranqui, con mucha altura. Pero la verdad que estaba muy caliente y encima el mimo no me daba ni bola. Yo le decía bajito, como entre dientes: “bajá un cambio, flaco, ya está”, pero el chabón seguía. Lo peor es que me imitaba bastante bien, cosa que me enfermaba todavía más. Traté de mirar para otro lado y salir del círculo pero la gente parecía arreglada con el mimo porque se movían todos juntos y me seguían encerrando. Entonces no me aguanté más y le tiré un derechazo a la mandíbula, pero el mimo lo esquivó muy bien, con mucho reflejo. Probé otra vez con la zurda y lo mismo. Se puso en guardia y entró a dar saltitos como un boxeador. Me provocaba, como buscando que lo corriera. Ahí la ronda se abrió y empecé a correrlo con ganas de matarlo. Lo perseguí por toda la plaza durante un rato largo. Cada tanto lo perdía de vista, hasta que se asomaba por detrás de un árbol y me hacía señas. A mí ya no me importaba nada, lo único que quería era romperle la cara. Pero después de seguirlo durante diez minutos me rendí y me senté a esperar que se me pasara la calentura. 

Encendí un pucho y me puse a pensar. Era todo muy raro, parecía una joda. Ahí me acordé de las cámaras ocultas de esas que salían en la tele. Me imaginé que ahora se me acercaba el mimo con un conductor de televisión y me señalaba una cámara, y yo como un boludo decía “un saludo para Marcelo” o algo así. Qué garrón si me pasaba eso… En ese momento unas manos con guantes se me aparecen por detrás y me tapan la boca con una cinta. Otras me apretan fuerte las piernas, me atan los pies y me ponen una capucha. Entre dos tipos me arrastran hasta a un auto. Fue todo muy rápido.

Del cagazo perdí la noción del tiempo. Lo único que me acuerdo es que cuando me sacaron la capucha estaba subido a una especie de tarima y una luz me quemaba los ojos. El lugar era como un teatro y parecía lleno de gente, pero yo estaba encandilado y no les veía bien las caras. Cuando me avivé no lo podía creer: ¡eran todos mimos! Mimos de toda clase: jóvenes, viejos, mujeres, chinos… Algunos estaban sentados en gradas y otros en el piso. Debían ser como cien... Quise sacarme la cinta de la boca, pero un mimo patovica que me estaba controlando me puso una piña en la cabeza y me dejó medio grogui. En eso se levanta un mimo viejo que parecía el capo y se me acerca despacio. Tenía una cara de hijo de puta de aquellas. Me miró fijo y me apretó la cinta, que se había despegado un poco.

—Dejatelá porque no necesitás hablar. Más bien tenés que escuchar, y atendeme bien porque no me gusta repetir las cosas. Viste que acá no hablamos mucho, ¿no? —el viejo miró a la sala y guiñó un ojo. Los mimos se rieron y aprobaron con gestos, pero todo en silencio.
—Te la hago corta —retomó el viejo—. Ya sabemos todo. Te seguimos desde hace tiempo y tenemos un legajo con todas las pelotudeces que venís diciendo de nosotros: que nos querés cagar a trompadas, que somos todos putos, bah, ya conocés toda esa mierda. El reglamento de nuestra Organización dice claramente que los tipos como vos son enemigos, ¿me entendés? Pero como a veces la gente se va de boca yo te quise dar una oportunidad. Sin embargo, como vos sos un boludo la dejaste pasar.

Lo miré con cara de inocente y el mimo patovica me encajó una patada. 

—¿Seguís sin entender? Hoy a la tarde, en la plaza. Ésa era tu oportunidad. Te hubieras bancado la joda y limpiabas tu legajo. Pero te hiciste el Rocky… Igual quedaste como un pelotudo pero la Organización no puede perdonarte esa falta. ¿Qué me decís? —el viejo movió la cabeza y el mimo patovica me arrancó la cinta de la boca. 
—No sé qué decirle…
—Señor —completó el mimo viejo.
—No sé qué decirle, señor. Yo… yo nunca dije esas cosas de ustedes, ¡si ni los conozco! 
—¡Ah, bueno! Parece que además de boludo sos mentiroso… No perdamos más tiempo, Titán —le dijo al patovica—, metelo en la jaula. Ahora elevamos un acta al Tribunal y que dios lo ayude.
—¡No, por favor, un momento! —grité mientras el patova me esposaba—. Está bien, lo confieso. No me banco a los mimos, no sé, es una cuestión de piel. Pero yo no les hice nada, solamente me fui de boca, como usted dijo. No soy un tipo violento, más bien soy de separar… Yo…
—Bien, bien, vamos mejorando. Soltalo, Titán... Mirá, tu situación es delicada. Vos ahora, según el reglamento, deberías estar encadenado esperando la sentencia del Tribunal.
—¿Tribunal? ¿Pero ustedes son… canas?
—Ja ja ja… ¿Canas? Nosotros somos de todo, pibe. Canas, curas, jueces… Los mimos tenemos cuadros en todos los sectores. En nuestra Organización hay pesos pesados, tipos muy influyentes. Por eso estás tan complicado, ¿me entendés?
—¡Señor, le juro que no voy a decir nada! Déjeme salir, yo…
—No, pibe, no estás entendiendo. El juicio no depende de mí. Y lamento decirte que la sentencia va a ser brava. Si aplican el reglamento... te van a boletear.
—¡Por favor, señor, se lo pido de rodillas! 
—A menos que hagamos un trato.
—¡Sí, lo que quiera!, ¡le firmo lo que quiera pero no me mate!

El mimo viejo me explicó las condiciones del acuerdo y no me quedó otra que aceptar. Me dejaron ir, pero tuve que volver todos los jueves a cumplir con mi parte. Al principio fue difícil. Mis amigos se reían y pensaban que estaba chapa, pero se fueron acostumbrando y yo también. Después vinieron a verme a la muestra anual y algunos me hacen el aguante los sábados, en la plaza. Ya pasaron tres años de aquella tarde. Ahora soy uno de ellos.