29.9.06

El gordo Rogelio

He recibido cartas de lectores indignados por mi demora en la entrega semanal.
Ante todo, les pido disculpas. Sé que no hay excusas, pero he sufrido un contratiempo que, luego de leer estas líneas, bien sabrán comprender.
Ayer por la noche me encontraba redactando un expediente cuando sonó el teléfono de mi oficina: “Pibe, ¿adónde te metiste? Largá todo y venite, que se enfrían los fideos”. Esa voz, ese ronquido áspero —y por momentos desagradable—, pero tan cálido e inconfundible. Era nada menos que Artemio Braun, el brillante columnista de El Amanecer de Suárez, que me llamaba para recordarme una cita impostergable: ayer, 28 de septiembre, cumplía sesenta años el gordo Rogelio Di Pace, un compositor fenomenal.


Según afirman los entendidos, más de la mitad de la música ciudadana compuesta a partir de 1965 (incluida Chiquilín de Bachín) es obra del gordo Rogelio. Quienes lo conocen, saben de su modestia, y es muy probable que él mismo haya decidido retirar su nombre de los créditos, para darle lugar a otros autores. La nobleza del gordo y su probada hombría de bien son cualidades indiscutibles.
Por estas razones, no dejan de sorprenderme esos malintencionados rumores sobre su pasado: “Rogelio buchón”, gritan por ahí; “Di Pace traidor”; rezan los afiches; “Gordo hijo de pu*a”, han pintado en el frente de su vivienda.
Vale decir que esta clase de actitudes vandálicas, no sólo ensucian injustamente el nombre del Sr. Rogelio Di Pace, sino que además perturban la paz social y atentan contra la salud de la democracia. Por el bien de la familia Di Pace y de la comunidad en su conjunto, pido a estos agitadores que recapaciten y se retracten públicamente. Feliz cumpleaños, Rogelio.

Foto: El gordo Rogelio junto a sus seres queridos. A la derecha, Artemio Braun.

20.9.06

La Escuela del Whisky

Acabo de presenciar el recital de La Escuela del Whisky y debo confesar que quedé realmente impactado con las inquietantes metáforas de sus canciones.
Hace algunos minutos intenté hablar con el líder de la banda, pero no quiso atenderme; así que acudí al presidente del club de fans, quien se ha ofrecido a revelar algunos de los misterios escondidos en la lírica de este promisorio conjunto de rock.


—Muchas gracias por su predisposición, Sr. Turco.
—Todo bien.
—Sr. Turco, quisiera que me explicara el siguiente pasaje: “Soñaste la salsa del naipe, un buffet angélico en llamas; la pilcha del cowboy brillando en la flor”
—Y… ahí está hablando de la merca.
—Comprendo, ¿y qué puede decir sobre este otro? “Mastican las trizas del duelo, un filo en la olla celosa, blusitas feroces apostando al peón”
—Y… ahí está hablando de la merca.
—Muy bien, Sr. Turco, le agradezco su amable atención.
—No, gracia a vó. ¡Y aguante La Escuela, eh!

Foto: El Turco rodeado de algunos aficionados a La Escuela del Whisky.

13.9.06

El movimiento de Demimoore

Hacia fines de Julio de 1892, en el barrio obrero de Demimoore (Cambridge), surge un movimiento artístico muy particular. Cientos de jóvenes de clase media, provenientes de los más recónditos parajes de Inglaterra, se instalan en talleres y depósitos abandonados, y crean la Fraternidad de Artistas Insurgentes Hastiados de la Mediocridad Pequeño Burguesa.

Durante un año, organizan exposiciones de carácter revolucionario que impactan en el seno de la sociedad británica, produciendo un fenómeno cultural sin precedentes.
Pero al poco tiempo, ciertas divergencias entre algunos líderes desembocan en una severa crisis que divide al grupo en tres sectores: los Insurgentes Hastiados, la Fraternidad de Artistas y La Mediocridad Pequeño Burguesa. Los integrantes de esta última, son los primeros que deciden regresar a sus hogares paternos. Por su parte, la Fraternidad de Artistas entabla un acuerdo con banqueros londinenses, a fin de obtener créditos para la creación de escuelas de arte popular en Demimoore.
Muy pronto, esta noticia llega a oídos de los cabecillas de Insurgentes Hastiados, quienes, con el objeto de evitar esta traición a los ideales revolucionarios de aquella comunidad, toman la determinación de incendiar el barrio. Luego, con la satisfacción del deber cumplido, se instalan en Londres, cerca de la sede donde ya funcionaba la Fraternidad de Artistas.
El 25 de Julio de 1894, el aristócrata y filántropo Gregory Remington funda, sobre las ruinas de Demimoore, un orfanato destinado a los hijos de los obreros fallecidos en el trágico incendio.

Foto: Gregory Remington y su familia. (Gentileza de su bisnieto Bernardo Remington)

7.9.06

Francesco Costacurta

Hoy analizaremos La comunión de Genarito (La famiglia di Giorgio Campodonico), obra del controvertido pintor napolitano Francesco Costacurta.
En primer lugar, cabe destacar la destreza con que Francesco ejecutara esta pintura; un óleo sobre lienzo que, a simple vista, presenta las características de un dibujo realizado con grafito sobre papel. Este enroque técnico no es un simple ejercicio lúdico; sin dudas, alude a la crisis que atravesaba la escuela napolitana hacia mediados del siglo XVII. Valiéndose de su virtuosismo, Francesco engaña al neófito, a la vez que invita al espectador experimentado a reflexionar sobre los valores estéticos: “abandonar las tendencias manieristas y recuperar la struttura”, es su claro mensaje.


En lo que respecta a los fundamentos simbólicos de la obra, es evidente la despiadada crítica que Francesco hace a la institución religiosa: el mero sacramento convierte al niño Genarito en un hombre maduro. Si bien, aún conserva su estatura de infante, su semblante expresa la resignación propia de la adultez; la pérdida de la inocencia. A sus espaldas, un balón ya inalcanzable atestigua este desmembramiento moral.
Una peculiaridad que distingue a los cuadros de Francesco, es la presencia de un signo de “doble lectura”. En La comunión de Genarito, lo encontramos en el enigmático personaje que aparece hacia la izquierda, de espaldas a la escena. Este representa, en un sentido literario, el futuro de Genarito; y, desde un punto de vista político, a la sociedad italiana, indiferente ante el problema de la niñez.
Finalmente, haremos mención al vestuario de los personajes: baste observar el calzado deportivo que lleva puesto el “sacerdote”, para comprender por qué Francesco Costacurta, pintor del siglo XVII, además de ser un gran artista, fue un visionario.